Sísifo, el más inteligente de los hombres, fue condenado por los Dioses a la reiteración monótona e infinita Delmas terrible de los castigos: empujar una roca por la ladera de una montaña, solo para, unos instantes después, contemplar su caída. En 1942, en una Francia derrotada y aun inmersa en la ocupación nazi, Albert Camus público un ensayo que terminaba con las palabras hay que imaginar a Sísifo feliz. La profundidad de esta idea, arraigada en el absurdo de la existencia, marco a toda una generación y dio nueva forma a la esperanza humana.